sábado, 28 de noviembre de 2009

Estúpida


Dejada, abandonada, en mitad de la nada, observaba yo cómo la oscuridad me arropaba. Una oscuridad sin dimensiones, un sala de negras paredes, habitación sin puertas, vacío. Tumbada en ella, descansaba con una  lenta y regular respiración calmada. Y la soledad me cantaba una nana para que durmiera, para que hiciera de mis sueños mi realidad, para que pudiera hundirme en ellos, el sueño por el cual no querría despertar.

Se oyó un suave aleteo. Alejó la soledad, el susurro de mi oído para hacer clara su presencia, mi pequeña compañia. Avellanados mis ojos contemplaban la esvelta figura, los míos fueron los dedos que quisieron tocar el oscuro plumaje, ave de muertos, portador de voz de difuntos, se allaba un precioso cuervo. Proyectaba en mi sus dilatadas pupilas, cual pozos negros, sin fondo. Ladeba majestuoso la cabeza, y un pequeño graznizo se hizo audible en el silencio. Se acercó a mí, todavía observándome. De un pequeño salto, noté sus garras en el vientre de mi vestido. Cerré mis parpados. Noté cómo primero analizaba el inestable terreno que a sus pies era mi cuerpo, y con su pico la tela del vestido, que a la altura del pecho, empezó a picotear, arrancando la tela. No me molestó. No pensaba en echarlo, su compañía era de mi agrado, me proporcionaba cierto nerviosismo, pero también serenidad. Dos conceptos algo difíciles de relacionar. Mi piel se alló desnuda bajo el agujero del vestido que aquel ave había creado. No abrí mis ojos cuando empezó a picotear mi piel, y con ella la carne de mi pecho, no con menos prisa y algo afanoso de jugar con ella. Me dolía, cierto era que sus picotazos resultaban cual cuchillos punzantes, y aún así no lo apartaba, no quería que se fuera. Era un ser bello. El espeso líquido empezó a brotar de mi herida, resvaló lentamente hasta llegar al suelo, cubriéndolo cual  alfombra de petalos de rosa. Y llegó el cuervo al palpitante y débil corazón, que sangrante y cansado se esforzaba por mantener vivo mi cuerpo. De mis pestañas cerradas cayó una lágrima, una lágrima que se anticipó al primer picotazo. Porque aquél malvadamente dulce ser perforó aquello que era mío, maltrató el pequeño tesoro que había dejado que viera. Se aprovechó de mi buena voluntad. Mis lagrimas brotaron, abrí mis ojos llenos de desengaño, y de mi garganta escaparon los sollozos, pues aquel ser comía de mis sentimientos, arrancando y comiendo de mi desventurado corazón. Y grité de dolor, y de rábia y de impotencia, mis gritos destronaban el silencio de la oscuridad, y no me cansé de gritar hasta que mi voz empezó a perder potencia y poco a poco obserbé cómo se desgastaba hasta que finalmente no puede concebir grito alguno. Finalmente suavizé también mi llanto hasta convertirlo en un murmullo de lagrimas que mojaban mis mejillas, acepté mi derrota. Aspiré mi último halo de vida para acariciar el suave plumaje y en mi mente sonó una dulce y lenta canción de amor, que él se llevaría con el último pedazito de mi desgastado corazón.

4 latidos:

Albanie dijo...

O.O impresionante.
Aunque nunca se debe aceptar la derrota.
Nunca.

Albanie dijo...

Soc altre cop la moni eh? xD
que crec que aquesta conte no la sabies.

Mònica C. Vidal dijo...

No, la derrota es aceptar que has perdido, si él no vale la pena, tu no has perdido, has ganado, por haverlo parado a tiempo.
Nos vemos ^^

Irene Calduch dijo...

Me has dejado muerta...
X.X
Pero bueno, respirar hondo y seguir:)